Buscar dentro de este batiburrillo

jueves, 8 de noviembre de 2018

Fin de ciclo.

Hay momentos en que hay un final de ciclo. Los reconocemos siempre porque suelen ser puntos de inflexión, cambios importantes, marcas en la trayectoria vital. Hitos. Un cumpleaños, una boda o nacimiento, un matrimonio, el primer trabajo, la primera pareja... También los que consideramos negativos. Una muerte, un divorcio, un despido, un revés en algo que nos resultaba particularmente importante.

Yo estoy inmerso en varios ciclos y sus finales. El más grave, la muerte de mi suegro. Sigo en otros, como mi divorcio. Y se suma uno más, la jubilación de la que ha sido mi jefa directa durante los últimos cinco años.

Los ciclos son eso, temporales. Empiezan, duran y terminan. Solemos llevar mal los cambios, pero como especie, nos adaptamos rápidamente a ellos. La edad ralentiza la capacidad de adaptación, pero es relativo. Si uno posee la flexibilidad y mantiene la curiosidad, puede adaptarse, hacer del cambio parte de su vida, integrarlo. A fin de cuentas, en el gran ciclo que es la vida (nacimiento, vida, muerte) ésta es un constante cambio, el río de Parménides que fluye y no nos permite bañarnos dos veces en la misma agua. Hay multitud de frases y reflexiones al respecto ("la vida es lo que te pasa mientras la planificas", "agua pasada no mueve molinos") que reflejan la realidad de nuestra especie. Somos finitos. Somos un momento. Y el momento puede disfrutarse, sufrirse o dejarlo pasar.

Los finales de ciclo suelen augurar inicios de otros. A veces no somos conscientes. Inmersos en el baño, no solemos reconocer las olas que crecen o amainan, los vientos que soplan o terminan, y por eso, en el aspecto gregario de nuestra especie, tendemos a agruparnos con los demás, la masa, el miedo a quedar atrás, la sensación de no perder comba. Quienes son refractarios a la multitud suelen ser más solitarios, más reflexivos, menos sumisos. Yo soy hidrofóbico en ese sentido. Las gotas hacen charcos y ríos, rellenan lagos y mares, pero siempre rehuyo el curso natural, el cauce, aunque lo siga, a veces dentro del agua, muchas veces en la orilla. No me importa mojarme, pero odio acabar calado y no reconocer mi propia piel.

Epicuro buscaba en su filosofía evitar los cuatro miedos más comunes. A los dioses (¿Quién les teme ya?) a la muerte ("Cuando se presenta, nosotros ya no somos") al dolor (breve o largo, la intensidad y el tiempo no lo es todo ni determina el todo) y al fracaso (la valoración externa siempre es falsa, siempre importa más el equilibrio personal). La búsqueda de placeres, tanto los más simples como los más complejos, debe ser siempre satisfactoria, pues la mesura en algunos nos deja en mejor condición que la abundancia que puede ahogarnos. Y la amistad... Ese es el mayor de los placeres, el compartir, gozar, disfrutar de la compañía de quienes apreciamos, queremos y amamos. Nuestro recuerdo, añado, pervive en ellos como una guía moral y fuente de satisfacción. El gozo, el ejercitar la curiosidad y saber, el compartirlo todo...

Los cínicos y los escépticos aportan más cosas para una buena vida donde los ciclos empiezan, duran y terminan. Siempre he pensado que deberíamos olvidarnos de la moderna psicología y otros intentos de ciencia que no es, y volver a los clásicos, siempre, de manera recurrente. A fin de cuentas, el cerebro era el mismo, las emociones, las grandes vivencias y temores, también. Epicuro, Sexto Empírico, Diógenes... Incluso los canónicos Platón y Aristóteles nos siguen ofreciendo consuelo, respuestas, reflexión y sabiduría. La ataraxia, tan querida de los epicúreos, escépticos mediante su epojé, y estoicos (estos últimos, quizá un poco más tristes para mi gusto y demasiado serios y de mala vida) es un modo de vida que no pasa de moda. Así, los ciclos siempre nos parecen lo que son en realidad; momentos pasados, disfrutados, que no volverán, pero dejan espacio para muchos otros.

Conversar, jugar, reír, escuchar música, tener buena compañía, ejercitarnos, disfrutar del sexo y la sensualidad... Qué maravillosas luces antes de volver al apagón.

Yo he disfrutado de la compañía de una jefa que echaré de menos. No lo puedo decir siempre, en el mundo laboral, y lo digo aquí, ahora, alegre y contento de haber tenido la oportunidad de su compañía. Y no puedo menos que decir, también, que le estoy agradecido por muchas cosas buenas.

Un saludo,

lunes, 15 de octubre de 2018

Grados de separación.

Llevo bastante tiempo leyendo de refilón numerosas noticias referidas al cambio climático. Ya no es que se convierta en un asunto de hippies, progres y ecologistas trasnochados. No. Es un asunto de TODA la humanidad. Y somos unos inconscientes.

En los años 80, ser niño significaba vivir con el miedo de la bomba atómica y la destrucción mutua entre la URSS y los EEUU. El hecho de que viéramos qué había pasado en Hiroshima y Nagasaki era una manera fehaciente de saber que era real. Las bombas podían volar y matarnos, y hacer del mundo un erial Mad Max postapocalíptico y mutante. Lo sabíamos todos. Y por eso había movilizaciones contra la OTAN, peticiones por la paz, etc. Todo se fue al garete en los años 90.

Desde los 90, el auge del yuppismo aniquiló al hippismo. Entonces molaba el traje corbata y gafas de sol y el móvil que incipiente aparecía. Pero la conciencia del ser humano viene de muchas voces... Y algunos seguían hablando de la Amazonía talada, del África neocolonizada, y de la China que se lanzaba a la carrera de hacerse fábrica del mundo. Un coche todoterreno era el símbolo del bienestar total, grande, ostentoso, caro. Y los jeques, ejemplo de molonidad dorada.

Y de pronto, algunos, empezaron a ver que el mundo YA se estaba yendo al guano. En el nuevo siglo, Al Gore encabezó, tras perder las elecciones contra Bush hijo, una cruzada, usando su jet privado, para alertar del mal uso de combustibles fósiles. El cambio climático, como la destrucción mutua garantizada, se introdujo en nuestro lenguaje y pensamiento con detractores y defensores. Pero con una salvedad; de la guerra nuclear tenemos constancia (dos bombazos y decenas de miles de muertos al instante, efectos décadas después, pruebas y ensayos que dejaron un fondo de Bikini digno de mutantes como Bob Esponja, etc) y del cambio climático, no queremos ver las que existen...

Hace poco se ha analizado lo que sucedería si sube 2 grados la temperatura global. 2 grados. En nuestra casa, subir la calefacción o bajar el aire esa cantidad representa el bienestar o cierta incomodidad. En el mundo, directamente, que sobrevivamos. No que vivamos, no. SOBREVIVIR.

Es aterrador. Más que nunca.

El enlace:

https://www.popsci.com/what-happens-if-earth-gets-2-degrees-warmer?src=SOC&dom=fb#page-2

Un saludo,

jueves, 20 de septiembre de 2018

Me cago en los Dioses.

Así, en plural. Me cago en esa Diosa que busca la castración de sus fieles, cercenando sus órganos sexuales para así exigirles la más completa obediencia y matando en hecatombe toros para apaciguarla por sus celos enfurecidos. Me cago en ese Dios que tenía doce discípulos y caminó sobre las aguas, celebrando como maestro infantil de un templo ceremonias en honor a su madre Isis. Me vale cagarme en Mitra o en Horus, que coinciden en lo anterior. Me cago en ese Dios que provocó la matanza de miles de inocentes por un tirano, pensando que así acabaría con él de infante, y por tanto protegería su poder, y hablo del hijo de Devaki y el carpintero. Me cago en el Dios hijo de Nana, que fue crucificado contra un árbol (como tantos otros) y resucitó al tercer día de enterrado, considerando que era su deber salvar a la Humanidad. Me cago en ese Dios que entraba en burro a ciudades importantes, como procesión magna, y convirtió el agua en vino, resucitando (otro más) y dando alimento divino a sus seguidores, que aunque Dionisio era, Baco fue en Roma. Me cago en ese Dios que adoraban pastores y montañeses y tribus del desierto, creyendo que les traería la salvación en forma de justicia y pan, siempre hombre, siempre Attis, Mitra, Horus, Dionisio, Krisna... 

Un día, la humanidad se miró y vio que no era como los demás animales. Y asustada, creó potencias y divinidades que explicaran su capacidad y diferencia. La religión nació junto a ese miedo, y del miedo, alimentada, se convirtió en poder y control mediante la religión, aliada con los gobernantes. Oh, sí, hubo titanes, héroes, semidioses (hijos de humanos y dioses...) y gente excepcional (como por ejemplo Mitrídates, el Ungido, que nació bajo la égida de una estrella, que huyó de niño porque querían matarle...) pero se quería, requería que todos creyeran en Dioses, y luego, algunos, celosos por su posición en medio de imperios más poderosos, en su único Dios celoso, estúpido y cruel. Creer en sí no es malo. Calma los miedos. Atenúa el nihilismo de la conciencia temporal y la tanatofobia que podemos llegar a sufrir. Es un ejercicio que proporciona cautela a las emociones, las modera y reorienta. Pero si lo hacemos nosotros. Si nos conducen, nos llevan y nos manejan, deja de ser provechoso en lo personal para convertirse en (otra) herramienta de control de los que son más listos y quieren el poder sobre los demás. Cuando me cago en los Dioses, en realidad me estoy ciscando en los que les mentan para controlarme. Sea un señor con túnica que le tapa la cabeza el pliegue de su toga al ofrendar, o con un cirio de madera etrusco o con coronas. Señores, en general, pero también señoras.

Willy Toledo no me gusta como actor, me parece ramplón, sencillo y sin mucha gracia. Tampoco como activista. Pero está sufriendo algo con lo que simpatizo; el tema de la "blasfemia". Y no puedo decir esa palabra sin recordar el énfasis de los Monty Python en "La vida de Brian". Es tan, tan ridícula... ¿Ofender los sentimientos religiosos? La religión no es un sentimiento. Lo es la espiritualidad nacida del miedo y la soledad cósmica, como lo es la felicidad de compartir fiestas con amigos o la ira de sentirse contrariado. Y eso no es un delito, que yo sepa, aunque impulse a cometer algunos.

En suma, amig@s, si estas expresiones os ofenden, no es mi problema. Porque parece que, si decimos la palabra "Dios", sólo hay uno, cuando en realidad, y este mensaje es una muy pobre lista, hay cientos, cientos que pueden solicitar de sus devotos la misma ira contrariada. E igual de imaginaria y absurda.

Un saludo,

martes, 10 de julio de 2018

El sentido de la escritura.

Hace tanto que no escribo una entrada aquí, en el escaparate público, que me siento hasta oxidado. Pero es normal. Lo que escribo lo hago estos meses en privado, en la intimidad de un ordenador nunca propiedad mía, en la tensa calma de la siguiente actividad a realizar (¿A qué sitio puedo llevar hoy a los niños? ¿Con quién? ¿Cabrán los dos? ¿Calor, comida, agua, actividad prevista? ¿He terminado los registros que me pidieron? ¿Están las facturas contabilizadas? ¿Me he dejado la caldera encendida? ¿He hecho la compra? ¿Cómo va el mes?) es teclear las palabras que conforman varias historias muy diferentes. Tanto, que me inquieta no mantener el muro divisorio que las aísla, dejando así que fluyan ideas, imágenes, términos o sentidos que no corresponden.

Desde niño he visto en las palabras una puerta. Cada palabra, al denominar la realidad o inventar una nueva, era un picaporte, la manija que uno tira hacia abajo con indolencia infantil o miedo reverencial. Cada palabra, además, se unía a otras para crear espacios, imágenes, lugares y escenarios que se abrían en ese hueco trasero del cerebro donde proyectamos el cine de la literatura. Y se rellenaba con más palabras, palabras que expresaban emociones, sentimientos, deseos, frustraciones, objetivos, ilusiones de personajes que me parecían siempre reales, más reales que los que me han rodeado toda mi vida. Un poco falso esto, porque en realidad los personajes de novela me parecen más sencillos de comprender que los reales. Los reales mutan, son volubles, varían a cada instante, no reaccionan como se espera. Son desasosegantes. Pero también algunos de la literatura. Incluso de la histórica, que uno cree ya conocer (por creer saber el final) y acaba luego sorprendido. 

Palabras como ladrillos, como rocas, como sillares. Y algunas tan pesadas y horrorosas como la piedra más voluminosa. He sufrido libros, lecturas obligadas, los "must" que quizá no debieron serlo en el momento en que se impusieron. Tengo la vergüenza de reconocer que hay libros (no mencionaré sus nombres) que me repelen, aunque se consideren obras maestras. Y que hay otros que me fascinan, por más que no se recomiende su lectura. Leer es un proceso tan complejo, al inicio, como pasear por un campo de minas. Igual que la vida. Aunque, también es verdad, más beneficioso; te puede estallar una mina en la vida real y amputarte, o matarte, pero un libro no hace sino restar ganas, nunca amputa la imaginación.

Para mí, el sentido de la escritura ha variado con los años. Lo he dicho más de una vez. De mis pinitos periodístico-crematísticos (una "gacetilla" hecha con 9 o 10 años, donde copiaba la guía de televisión -una necesidad-, noticias generales y las que consideraba importantes del barrio, como que habían repintado una valla o que en el bar de la esquina estaba ¡el Double Dragon!) pasé a escribir algunas historias, siempre con "musa". La primera que recuerdo elaborada, más o menos, con 13 o 14 años, era un relato pastiche copiado de los de Lovecraft, dedicada a una muchacha. Luego, algunas más, poesías ripiosas y aburridas. Y a partir de los 17 o así, en aquel año de transición entre instituto y universidad (me tomé un año sabático, sí; permitido por mis padres, subvencionado por mis clases de inglés a chavales más torpes que yo y que convertí en una fiesta de despertar tarde todos los días, acostarme a las mil, pasearme Madrid, visitar la Filmoteca decenas de veces con Rafa, sacar libros de las bibliotecas y devorarme lo que me apetecía, "quemando" autores, y tratar, cómo no, de ligar...) comencé a escribir impulsado por la creencia de que yo, en el fondo, era un genio. Como el bueno de Joyce y su "Retrato del artista adolescente". O tantos otros que luego encontraría en novelas de gente como Baroja o libros de memorias como el magnífico de Cansinos Assens. Y supe que no era un genio. Sólo un crío creído que no creía en sí mismo.

Me frustré a los veintipocos, tras acabar la carrera. Lo que había escrito no me entusiasmaba, me parecía vacío, retórico, aburrido. No tenía chispa. Y además, no era serio, sólo una afición más de las muchas que cultivaba (baloncesto, rol, cine, romanos, esas frikadas) por lo que, de alguna manera, me dejé influenciar por el entorno y también me dejé fracasar, esto es, ni intentarlo. ¿Para qué, si era malo y lo sabía?

Pasaron los años. Pero siempre había un comezón, una picadura en el cuello o en el brazo que me inoculaba algo, tinta venenosa, supongo. Había imágenes, frases, construcciones que me parecían bellas, perfectas, y a veces lograba anotarlas en algún lado para, después, descartarlas por ser fragmentos de algo que no existía porque era incapaz de concebirlo. Imaginen un arqueólogo que haya frisos, capiteles, relieves, ladrillos sueltos o rotos, y es incapaz de reconstruir el templo que ha hallado porque ni sabe a qué dioses va dedicado ni cómo rellenar los huecos que el material destruido ha dejado. Yo era un aprendiz, seguía siendo un crío que no conocía el camino de la madurez (¿y para qué?) y aquello, seamos sinceros, no reportaba nada en lo material. Aunque el cosquilleo se mantenía. ¿Cómo lo sublimaba? Siendo "práctico" y escribiendo partidas de rol que, en muchos casos, eran más mi libro que una partida y que obligaba a los jugadores a ser cautivos oyentes de mis relatos...

Y entonces pasó. Me decidí. Tenía dos libros escondidos en el cajón. Uno horrendo que terminé borrando y tirando. Otro que, bueno, no me avergonzaba tanto aunque se pareciera demasiado a cierta película de Edward Norton (y juro y juraré que lo escribí antes...) y necesitaba algo nuevo. Abandoné la carrera que había empezado para hacer "algo útil" (Historia en la UNED,,,) y que había tomado para seguir haciendo "algo útil" tras opositar (nadie sabe lo coñazo que es...) y me decidí a un curso de escritura en Fuentetaja. El más útil, de verdad, con una profesora de lo más adecuada. Silvia Nanclares. Ella dispuso semillas de muchas cosas que ahora, tras regar lenta y esporádicamente, van dando frutos. Entonces se me ocurrió; una ucronía. Me apasionan. Y escribí "Sangre de hermanos".

Sí, lo mandé a algunas editoriales. Ninguna lo quiso. Algunas incluso me dijeron que gracias, pero no, gracias. Ninguna hizo la valoración del libro. Me lancé por otro camino. Como Rafa, me autopubliqué. Un rollo. Una inversión de la que no esperaba recuperar nada. Y vaya, sí cubrí gastos, e incluso a día de hoy sigue vendiéndose (todos los meses vendo veinte ejemplares más de lo que esperaba...) en Amazon. Bueno, entonces, pensé, no escribo tan mal. De ahí me contactó una editorial que no era editorial pero quería serlo, y que resultó ser una empresa ad maiorem dei gloria de... Bueno. No lo diré. Mis relatos gustaron. Se publicaron. No se vendieron o, al menos, no se vendieron como esperaba. Aunque sí los leyó bastante gente, por lo que sé. Algunas personas, de hecho, me descubrieron ahí como alguien diferente a quien esperaban que yo fuera.

¿Me importa el éxito? Bueno, como a todo ser humano, sí. Pero no es mi meta. ¿Me importa el dinero? Si tengo suficiente para vivir y que vivan mis hijos, sí, pero no es la finalidad. ¿Me importa el reconocimiento? Pues sí, aunque me da vergüenza que me digan cosas buenas, acostumbrado toda la vida a recibir críticas devastadoras y negativas o la indiferencia. ¿Qué quiero? Pues ahí está el sentido de la escritura para mí. Lo que yo quiero es...

Escribir.

Un saludo,

miércoles, 6 de junio de 2018

El derecho a la felicidad.

En la constitución de EEUU dice, en su declaración y tal, esto:

Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad."

La búsqueda de la felicidad... Nada menos. Pero aunque tome otras de sus verdades como no ciertas (no somos creados iguales ni dotados por un Creador, aunque con el lenguaje de la época, poco se podían atrever a otras explicaciones) ésta la considero esencial. No natural, ni evidente. Esencial.

Desde que nacemos la inclinación de todos es la de hacer, la de ser, de manera que sintamos felicidad. Ese estado vaporoso que envuelve la realidad y la dota de un sentido, aunque dure poco. La felicidad es una cuestión muy seria. Se ha reivindicado siempre, incluso se ha jugado con ella en novelas (la risa en "El nombre de la rosa") y se ha ensayado desde Aristóteles y Platón sobre ella. Pero, curiosamente, la hemos convertido en un objetivo cada vez más difícil de lograr, elusivo por propia convicción. Porque maneras de ser felices hay muchas, aunque compartimos algunas en común la especie.

Dan Gilbert publicó hace tiempo un libro que resumía en cuatro cosas la verdadera  fuente de felicidad. Sexo, charlas, música y ejercicio. Y es cierto. 

El sexo nos proporciona placer durante una larga temporada de nuestra vida adulta. Se magnifica a veces, y otras se glorifica, pero también se estigmatiza o minimiza su importancia, que es mucha. Pero el buen sexo con alguien a quien se quiere es incalculable. No hay duda alguna. Deseo e inteligencia combinados provocan los mejores orgasmos. Y un orgasmo, o pequeña muerte, es la mejor manera de celebrar la vida.

Las charlas son también necesarias. Hablar y escuchar. Hablar para ordenarse uno mismo, sus pensamientos, emociones, dudas y visiones. Desahogarse es esencial y ahorra psicólogos. En las "charlas" incluiría sin pensarlo los libros, siempre, y películas también. Son diálogos los primeros reales, donde escuchas las voces de quienes escribieron, describieron situaciones y emociones o momentos e ideas que te alimentan, te aportan calorías intelectuales y emocionales. Y escuchar, porque no es sólo hablar y ser egoísta. Escuchar a los demás, encontrarles y encontrarte en sus palabras. Y las risas que se logran así son infinitas. 

La música es otro ámbito que yo, desgraciadamente, he tratado poco y mal. Nunca he aprendido a tocar instrumento alguno ni a bailar. Soy diestro de ambos pies y tengo un oído tapiando al otro. He crecido escuchando música de estilos heterogéneos, aunque he acabado cayendo en la circular y laberíntica del folk celta irlandés, escocés y también escandinavo. Me gustan también cantautores como Sabina o Hilario Camacho o el cachondo de Krahe. La triada de "La Mandrágora", sí. A veces he puesto música según mi estado de ánimo o lo he cambiado según la música que he puesto. A veces he logrado trances y otras explosiones simples de alegría o de furia. Me gusta la clásica. Me gusta más de lo que reconozco la popera, por días y estilos. Descubro siempre y siempre sé que la música es, junto a la palabra, una de las maneras más universales de comunicación.

Y el ejercicio... Aquí también tengo mis taras. Lo llevo de vuelta al sexo, porque descubrí el ejercicio físico tras la imposición de mi hermano (sí, una imposición que lastró, más que ayudó, a que le tomara gusto) como manera de practicar un mejor sexo. Cuando he estado en condiciones físicas buenas (recuerdo mis 75 kilos en el metro ochenta como un momento de gloria, a los 21 años, jugando al baloncesto todos los días y casi logrando hacer algún mate) he disfrutado de lo lindo, liberando las -inas (serotonina, dopamina y endorfinas) y logrando un estado feliz. Que se truncó al romperme la rodilla. Y que se cronificó en una relación de resta que me llevó a abandonar el deporte y llegar a ser un obeso de cuidado que llegó a los 100 kilos sin despeinarse. El ejercicio es esencial. Practicarlo con mesura, sin obligación, pero sabiendo lo que aporta. Las personas que conozco no son deportistas profesionales (aunque alguno hay) pero sí saben de su importancia. Correr (lo odio) nadar (lo llevo fatal) montar en bici (cada día lo hago) practicar un deporte (llevo sin jugar baloncesto demasiado) o hacer otros ejercicios es esencial. Y puedes conocer gente, escuchar música y, después, tener buen sexo.

El derecho a ser feliz es barato. Si logras tener un techo y comida, que implica en nuestra sociedad un trabajo, y equilibrar las obligaciones de todas las actividades, se puede. Y, desde luego, la felicidad no es baladí. No es un asunto que se deba postergar o eludir pensando en cosas "más serias" que creemos otorgan la felicidad (¿una casa más grande con piscina, un coche, un empleo bien pagado?). Desde mi separación he sido más feliz y mi hijo primero, y mi hija después, lo sienten, lo perciben, lo reciben. En el camino de la vida, ese paseo que incluye charlas, música, ejercicio y, quizá, sexo, es mejor ir andando dentro de la horquilla de pasos acompasados, similares, y no ir ni con la lengua fuera persiguiendo a nadie, ni retrasando tanto el paso que te sientes atrapado en fango. El ritmo es importante, y por eso, según con quién lo compartas, esencial. 

No he leído nunca un libro de autoayuda. Me encanta la filosofía (aunque hoy mismo hay leído un vapuleo a Nietzsche que me ha sacudido) y la literatura y el ensayo. En los libros, en la historia, en los pensamientos, encuentro lo que busco. No he buscado nunca un empleo mejor pagado con ahínco, olvidando mis principios, si no tiempo, tiempo para lo anterior. No me considero ni menos serio o maduro que cualquier otro, pero sí, si me preguntan, diré que he encontrado las palabras y he perdido el miedo (tras haberlo cultivado) a usarlas. 

Todos tenemos derecho a la felicidad, reza la constitución de EEUU. Sí. Y con esta afirmación, termino la entrada. No hay mucho más que decir.

Un saludo,

lunes, 21 de mayo de 2018

¿Qué vida?

Estudia. Siéntate bien. Sonríe. Calla. Lleva eso al fregadero. Llévalo a la mesa. La ropa en la cesta. ¿Has ido al baño? Recoge tus juguetes. Venga, hazlo así. 

Soy alguien. Me han modelado, me modelo yo. ¿Quién soy? Me veo reflejado en lo que ven de mí, y el reflejo de los demás es curioso. Espejos. Como en el laberinto de Chaplin o de Orson Welles. Hay tantos reflejos como ángulos. No es posible detenerse en uno, pero se puede. Un momento bello, otro horrible, varios inadvertidos. Soy.

Termina los estudios. Cómete la verdura. ¿Has comido fruta? Hagamos ejercicio. Ves demasiada tele. Deja el móvil a un lado. ¿Te has leído eso? Ahora ya puedes entrar en la masonería de los adultos, porque... Trabajas. ¿Tienes pareja? ¿A qué esperáis para los hijos? Ni pronto ni tarde. La casa, la propia, ya de alquiler tirando el dinero o la propia endeudados. Compromisos. ¿Son libremente adquiridos, venís aquí libre y voluntariamente? No, pero sí, gracias. Ya somos. Estamos en ello. Vuestro camino, el de todo el mundo, el de todos, pero en realidad, el de nadie.

Soy alguien. He seguido caminos trillados, marcados, opciones desplegadas de un menú concienzudamente limitado. Sonrisas de "ya verás que es lo mejor", aunque el poso amargo y la tristeza recurrente tras los ojos de "yo lo hice y no es lo mejor, pero debo decir que sí, no supe de ninguna alternativa, no me atreví a ninguna alternativa", acompañan la sonrisa falsa del rostro que escuda las verdaderas emociones. "Yo no haré eso, no seré mis padres, ni esas personas que me señalaron como fracasos.". Yo no quería ser mis padres. No lo he sido. He tomado la opción arriesgada, dura, difícil, complicada, la que mi madre intentó y no logró, la que mi padre no se atrevió a pensar. Pero quiero ser mis padres, en ese amor que sé expresaron, áspero, incompleto, rudo, verdadero, honesto, estando, siendo, deshaciéndose por mí. Soy alguien porque muchos me han ayudado a no ser ellos y ser parte de ellos. Diluido soy, individual también soy. Pero para ser hay que expresar. El puente entre lo que se piensa uno es y hace es tortuoso, débil, tiembla. Coherencia. Qué compleja es de alcanzar.

Casado, hijos, mascota, hipoteca. Vacaciones tasadas. Trabajo que mina lentamente. Sueños aparcados, miedo a perseguirlos, porque sin miedo no funciona nada. Agotamiento. Escribe, escribe, escribe, es la forma de huir junto a la lectura. Quijano sabía. Todos lo sabían. Huye, recónditos escondites en la mente, esas puertas que nadie puede cruzar porque son sólo tuyas. Gilipolleces. Tonterías. Estupideces de adolescente. No quieres madurar, quieres una eterna fiesta en un mundo que es un infierno sin llamas. No, quiero pasear por un mundo sin llamas y con chistes de los Monty Python sobre ellas. 

Soy alguien, pero hay muchos alguien. Todos somos alguien. Pero no todo el mundo tiene razón. De hecho, todo el mundo tiene sus razones, sus maneras de ser, sus formas de ver. El verdadero truco es conocerlos y, luego, juntarnos o no.

¿Qué vida? Sólo esta. No hay más. Las demoras, los aplazamientos, los retrasos son muchas veces miedo. Útil, pero inútil si no van contigo. 

No cambio nada de lo que he hecho. Sin ello no sería yo. Sin ello, no sabría quién soy yo. Y sin nada de todo ello, no tendría lo más bonito del mundo, lo que más ilumina. Ilumina y abrasa. Enciende y quema. Mis hijos. Sería yo, otro yo, un yo diferente, pero este es el yo más cercano al yo que, tras muchas vueltas, laberintos, pérdidas, ganancias, ninguna apuntada en el libro de haberes, soy y quiero ser. Y si quiero ser y soy, estoy más cerca de responder a la pregunta. 

¿Qué vida? Ésta.

Un saludo,

lunes, 5 de marzo de 2018

Ante la huelga del 8 de marzo.

La proclama es clara. No va de hombres. Va de mujeres ("lesbianas, trans, bisexuales, inter, queer, hetero", aunque veo que se diferencia entre sexo y orientación sexual, o género según genitalidad...) y las reivindicaciones que son únicas para ellas y, en muchos casos, contra los hombres ("Llamamos a la rebeldía y a la lucha ante la alianza entre el patriarcado y el capitalismo que nos quiere dóciles, sumisas y calladas", que aunque parezcan entelequias, se suponen conformadas por, principalmente, hombres -el uso del género masculino además, delata claramente el interés connotativo en destacar tal condición- y aquellas acólitas o colaboracionistas que se presten) por más que se quiera cuadrar un círculo donde se hable de igualdad pero, al mismo tiempo, de desequilibrio.

Esta lectura puede parecer simplista, pero es la que más está llegando a muchas personas a las que escucho o leo. Hay estupefacción por el rechazo a tener hombres en la misma (de hecho, leo múltiples opciones de integrarles, pero en general, la idea es "ignorar" su existencia al respecto) y ante muchas aparentes incongruencias. Se quiere enfrentamiento pero sin que exista ese enfrentamiento. Se desea igualdad pero sin contar con la otra parte, pues se considera "el otro" enemigo, sordo y por tanto, incapaz de poderse contar con él (profecía autocumplida) Se considera, en el fondo, que el hombre, activa o pasivamente, se perpetúa en una situación privilegiada ante la mujer de manera que no desea soltar su "poltrona". Un clásico. Nunca se hace nada contra una entelequia, se hace contra alguien concreto (huelga contra los patrones, huelga contra los políticos, manifestación contra un grupo terrorista, manifestación contra un país, contra personas, contra gente mayor que copa puestos, contra extranjeros que invaden...) 

Si revisamos el lenguaje, no es inclusivo, aunque lo parezca. Se establece la consabida línea de "nosotras y ellos" (uso el género deliberadamente) para así establecer un "quiénes somos" frente a los "enemigos". No es nuevo. Y apelar a la emoción es esencial. Sin emoción no se mueve nada. Sabemos, por la neurociencia, que las decisiones se toman en gran medida por emociones a las que luego se revisten con un relato lógico que las haga aceptables (Bechara y Damasio, entre otros) y que el peso de imágenes, palabras e impactos concretos pesan más que la lenta deliberación y la reflexión. La única inclusión que se hace es dentro de la entelequia "mujer", que es biología, pero tratan de dotar de diversidad (igual que hay mujeres lesbianas, hay hombres homosexuales, inter o bi o queer o hetero o trans; igual que hay mujeres payas, gitanas, supongo que olvidamos a las gentiles y las hebreas, migradas o racializadas, hay hombres payos, gitanos, gentiles o hebreos, migrados o racializados...) siempre que se considere mujer. Es la intersección de la transversalidad. Nosotras, no ellos.

¿Existe un "Patriarcado"? Sí. No sé si con ese nombre concreto, no sé si añadiendo el "hetero", que ya es normativo, no sé si desde siempre o menos. Pero existen poderes, claro que sí. Desde la sedentarización, además, también existe el "Capitalismo". En el momento en que el cazador-recolector deja de moverse libremente y plantear su horizonte en cualquier sitio, para recluirse en territorios y hogares cerrados para cultivar sus tierras, convirtiendo esos territorios en algo parcelado y hereditario, aparece el "Capitalismo". Igual que sus rudimentos ya se muestran en los intercambios de grupos humanos ( no usaré "homo" porque más de uno se confundirá...) la realidad es que llevamos viviendo en un sistema capitalista desde siempre. Un sistema apoyado, además, en la violencia, violencia que, casi en estado de monopolio, ejerce el hombre, ejecutada desde la perspectiva de un género masculino. Un sistema donde el poder es, mayormente, de los hombres, no del hombre.

¿Implica la existencia o persistencia de algo su legitimidad? Creo que no, pero sí expone que son modelos de funcionamiento que han pervivido largo tiempo. Y que, como todo mecanismo en marcha, desea sobrevivir. El capitalismo ya no necesita, desde hace tiempo, de los humanos para ser una realidad. Es, independientemente de los grupos humanos. Que luego existan variantes que rechazamos, es otra cuestión. Como las raíces o mohos que crecen en algunos vegetales, es sano cortar y quedarnos con la patata, la zanahoria, la calabaza o lo que sea.

Así pues, tenemos al "(hetero)Patriarcado" y al "Capitalismo" como dos de las grandes entelequias a las que consideran enemigos y piden rebeldía y lucha contra ellos. Pero implícitamente se identifica a tales enemigos (recordemos, entelequias) como formados por hombres (y sus acólitas) principalmente.

Por tanto, como hombre (sexual, biológicamente y como identidad de género) mi pregunta es, ¿qué postura debo adoptar al ser identificado como un enemigo al que, en una pirueta, se pide colaboración para derrocar un "poder" en el que no tengo voz ni mando?

Desde el punto de vista clásico, binario, de un hombre (recuerdo, sexual, biológicamente y como identidad de género) se supone que debo defender una postura de privilegio, de status quo que funciona (participe o no de ella, puesto que está la potencialidad de participar; como en la corrupción, se permite si pienso que yo, un día, puedo beneficiarme de ella...) Si apelan a que no defienda esa postura, la argumentación utilizada no me hace sentir cómodo al identificarme como el enemigo por activa o pasiva. Por comparar, es como cuando el independentismo y el nacionalismo catalán apeló a la simpatía de la izquierda del resto de España y se enfadó al ver a una gran mayoría de la izquierda (real o presunta) rechazar esa simpatía (Coscubiela et al) considerándolos por tanto enemigos. La persuasión más que la confrontación, creo, ha dado siempre más frutos porque implica colaboración y no enfrentamiento.

Los argumentos dados en el manifiesto son, mayormente, compartidos por mi parte. El ejercicio de la violencia masculina es real. La discriminación es cierta. La invisibilidad de muchas mujeres, completa. La relevancia de su trabajo no remunerado, la trampa de la doble jornada (laboral y de hogar) y el cierre al acceso a puestos relevantes, absolutamente cierto. La pobreza, por aquello de que ninguna mujer ha podido heredar y obtener rentas desde la sedentarización (12000 años más o menos... hasta hace poco) es verdad. Las diferencias educativas, de oportunidad y accesos, una completa realidad hasta hace pocas décadas. ¿Por qué, entonces, me hacen sentir identificado como el enemigo a batir, en lugar del compañero a cuya solidaridad se ha de apelar?

Quizá sea emocional. Quizá intuyo la pérdida de esos privilegios, sean cuales sean, y que, sin embargo, en mi situación actual y pasada, no he sentido nunca que tuviera. Quizá pienso que viene un cambio, un "turning point" o "new tide" (no en vano, estamos hablando ya del feminismo de cuarta ola, como se indica en este artículo de El País) que siempre implica recolocarse ante los nuevos poderes. Quizá sea, por otro lado, que siempre, siempre, una lucha implica dos bandos, y que si no te posicionas en uno, te posicionan en el que se decida, pues la neutralidad (salvo si eres Suiza, estás armado hasta los dientes y puedes derretir los glaciares para convertir tu propio país en un inmenso lago...) se ve como una posición cobarde, o incluso peor, como el recordatorio de que hay alternativas a tomar posición beligerante. Y eso último es doloroso, porque implica mirarse a uno mismo y pensar si ese es el modo de tomar parte en el conflicto...

Por mi parte, dudo qué hacer el jueves. Me he planteado llevarme a mi hija al trabajo y pasar así el día, dejando al mayor en el colegio (supongo que, si me da tiempo, con una camiseta morada) pero me puede una cuestión más importante; el bienestar de mi enana. Y en algo sí soy beligerante; usar a los niños, como sea, para lo que sea, donde sea, me provoca una retahíla de sentimientos contrarios, negativos, violentos incluso... Llámenlo instinto de especie, ese homo que somos, primates, mamíferos.

Un saludo,

martes, 27 de febrero de 2018

Hitos.

La saga de reyes que viene de Francia tiene una curiosa forma de repetir o remedar la Historia. Si uno de ellos decidió, allá por 1923, en medio de un golpe de estado, favorecerlo (y permitir que un tal Primo del actual líder de un partido llegara al poder e impusiera una dictadura, copia del modelo italiano de entonces, pero a la manera castiza, como siempre) otro que nunca fue rey quiso unirse a quienes parecían podían hacerle rey (los carlistas, por su parte, fuerza importante, dijeron que nones) y uno que fue rey gracias a que se subordinó al espadón del siglo XX llamado Franco, Franco, Franco (ya saben, podemos hacer chistes sobre él porque no murió por terrorismo, al contrario que un tal Cart Driver White al que se aplica el principio de Heisenberg, esto es, te da incertidumbre si lo mencionas) favoreció o tonteó con otro golpe de estado pero sin ser consciente de que ya existía la radio, la tele y los satélites. Y el último de ellos, el más preparado (me sale eso de JASP, ¿alguien lo recuerda?) decidió seguir la corriente de quienes un día de ¡Oh! decidieron calificar aquella pantomima de, también, golpe de estado.

Qué devaluación de conceptos. Sobre golpes de estado, en España, sabemos bastante. Desde el siglo XIX y aquellas ruines decisiones de un monarca absolutamente incompetente (el peor, pero seguido de cerca por otros) llevamos ya ni se sabe. Tres guerras carlistas, sublevaciones de pretendientes, vaya, pero con trasfondo ideológico; una sublevación africanista; varios espadones que entraban en el Congreso de turno; proclamas de partidos varios que buscaban emular a los rusos; independencias de criollos... Es un largo camino de más de 200 años que demuestran algo curioso. Desde que la rama española de los reyes franceses (extinta allí a partir de 1793, aunque con rebrotes intermitentes en Luis XVIII y Carlos X) gobierna, España, sus posesiones, lo que sea que es, demuestra una alta capacidad de autodestrucción y degradación sin fondo. Pero es divertido comprobar cómo juegan ellos, actores sin tanto caché, con los acontecimientos. "Mi abuelo permitió un golpe de estado, yo no sé si debería... dudo... a ver, a ver..."

Más que hitos, parecen ataques de hipo. O eructos.

En todo caso, mi corazón fluye entre dos orillas y muchas incertidumbres. Pues compartir un republicanismo y un antimonarquismo (más en estos tiempos...) con posiciones que resultan luego ser recelosas de mi condición por mil motivos, me empuja atrás y me lleva a la más cómoda de espectador que no sabe aún qué bando escoger. Cómoda pero terrible, pues observar sin sentirse capaz de participar es duro. ¿Cuándo es el momento? ¿Con quién? ¿En qué supuestos?

En cualquier caso, tenemos una nueva cadena de hitos. No rapear, mejor come rape. No escribas, mejor hablas. No hables, mejor calla. No calles, mejor asiente como esclavo. No seas sólo un esclavo, empodérate como individuo. Ni siquiera. Desaparece, que somos muchos.

Un saludo,

martes, 13 de febrero de 2018

Espacios seguros.

Últimamente, por diversos motivos, escucho y veo miedo reproducido en diferentes ámbitos. Miedo a la diferencia, a encajar, a luchar en un ambiente que tememos, a recibir por tanto hostias de todo tipo, violencias de todo tipo, humillaciones o dolor. 

Es comprensible en el ser humano querer evitar lo que nos hace daño. Es instinto de supervivencia, claro está. Pero desde tiempos ancestrales, quien no se enfrentaba a sus miedos acababa postergado allá en la sociedad que perteneciera. Somos sociales, algo que reivindicaba Aristóteles antes que yo, y por eso no podemos huir de la propia sociedad aunque creamos que hay maneras. Y las hay.

Los espacios seguros son muchos. Desde el carril bici que aparta en corralitos a los ciclistas miedosos de la calzada hasta los blablacar para sólo mujeres, o esa especie de habitaciones del pánico en ciertas universidades estadounidenses, pasando por los Clubs de "sólo..." o las organizaciones que te permiten ir de viaje sin mirar nada que pueda alterarte. 

Empiezo con los carriles bici, ya que es lo primero que he mencionado. Se quieren hacer para eliminar el miedo del ciclista a ser arrollado en la calzada por un autobús, un taxi o un mandanga del volante. Entiendo el miedo y la prevención, pero es un sistema que te enclaustra e impide moverte con tu bici libremente. Seguridad contra libertad. La libertad siempre conlleva lo mismo; riesgo. Y aceptar ese riesgo es la base de toda responsabilidad. Independientemente de las culpas. Mi libertad de circulación compartiendo las calzadas con vehículos motores conlleva el riesgo de accidentes por cómo se comporten otros conductores, pero es mi responsabilidad moverme de manera que pueda evitar al máximo esos accidentes y sabiendo que el azar o las variables fuera de mi control son eso, cuestiones que no controlo. Prefiero usar las vías más extendidas (calzadas) por cuestión práctica pero también ideológica; soy un vehículo en la calzada, y creo que puedo ejemplificar contra los demás vehículos motores la posibilidad real de usar un medio de transporte que no contamine y que además sea sano y cordial. Espacio seguro 0, libertad con consecuencias positiva, 1.

Sigo con los "espacios seguros" de mujeres que están extendiéndose, tan similares a los clubs de caballeros que aún perviven (en Londres, hace poco, leímos sobre uno de ellos...) y que son, a fin de cuentas, una segregación tan clara como el Muro de Berlín o los muros de Belfast. Separar para que lo homogéneo no entre en conflicto con lo extraño, lo contaminante. Un poco de racismo, vaya. Leo noticias como que Blablacar permite viajes de sólo mujeres. Es una compañía privada y por tanto, nada que decir al respecto. Si hay mujeres que prefieren eso (como hay personas que quieren los vagones silenciosos del tren para evitar niños ruidosos, esos salvajes que nos recuerdan la alegría de la espontaneidad perdida, maleducados de móvil en ristre y alto y otras execrables muestras de humanidad innecesariamente ruidosa) por mi parte, nada que objetar. Creo que son como los ciclistas miedosos, que creen que están más seguros en el carril bici, pero limitan tanto sus opciones que prefieren coartar su libertad a favor de su (presunta) seguridad. Espacio seguro 1, libertad 0.

Pero (ay, los peros...) me pregunto... ¿Es necesaria un aula donde no se hable de "Huckleberry Finn" por sus racismos varios? ¿Un museo que descuelgue obras de autores como Balthus, Egon Schiele o Waterhouse? ¿Lecturas que no incluyan "Lolita" y otras "aberraciones? Me pregunto cómo considerarán ahora aquel libro de Apollinaire de "Las once mil vergas". O el de Pierre Loüys de "Díalogos de las cortesanas". Ni hablemos de Woody Allen, o el maldito Roman Polansky. 

En la hipótesis de Godwin, una conversación se acaba cuando se compara todo con el nazismo. Pero es que debo decir que me da igual nazis, fascistas, intolerantes de toda laya (esos comunistas estalinistas, que levanten la mano) y censores que, por su miedo, buscan imponer una visión más plana del mundo a los demás. Igual que cualquier ciclista que elija el carril bici lo haga por el miedo y exija además esos carriles bici, en lugar de aprovechar una vía que ya existe amplia y extendida como la de las calzadas de vehículos motores, la mujer que elige el Blablacar de sólo mujeres o pide que en los museos no se vea una "Dánae recibiendo la lluvia dorada" de Tiziano o la "Niña leyendo" de Balthus o los coños de Schiele o el del famoso "Origen del mundo" de Courbet, o incluso los fascinus o falos romanos por eso de que son pollas que agreden, o que no quiere que exista "Lolita" (yo dudo en decir que sobre algún libro en el mundo...) o que la clase de su profesor le ha agredido y necesita terapia, lo hace siempre motivada por algo más triste que la seguridad; el miedo a lo diferente y a enfrentarse a ello.

Virgine Despentes, en "Teoría King Kong", defiende eso que Paglia (denostada en muchos círculos feministas porque se le considera hace el juego al patriarcado) decía de "¿Por qué no tenemos derecho a salir por la noche y correr el riesgo, sí, de ser violadas, pero tener la libertad de salir como los hombres a divertirnos?" Quizá se aproxima al "derecho a ser importunadas" de Catherine Deneuve, y a eso de que, en sociedad, toda relación implica un riesgo. De nuevo el miedo. 

No existen espacios seguros, señoras y señores. La naturaleza lo demuestra, por más que haya madrigueras, huecos de árbol, cuevas y nidos, grietas en las rocas y otras similares. En sociedad, ese constructo humano, lo más cercano a un espacio seguro es encerrarse en una búnker subterráneo y esperar que no nos quedemos sin comida ni oxígeno. Entiendo la violencia a la que una mujer se enfrenta y que es diferente a la de un hombre por su sexualización y lo que conlleva. Pero mi duda es, ¿segregar no implica diferenciar, no igualar, atemorizar, jerarquizar, y, sobre todo, crear misterio donde no debería haber más que información?

Libertad o seguridad. El punto medio es, siempre, el mismo. Educación. Eduquemos a los niños en el respeto y moderación y un trato igual y correcto con todos los demás. Con todas las demás. Eduquemos a las niñas en el respeto y un trato igual y correcto con todas las demás, con todos los demás. A ser ambos asertivos y reconocer qué es el dolor, qué hace daño, qué es negativo, evitando que lo sufran y que lo inflijan. No dejarse arrastrar por los demás en esa carrera de integración que puede traumatizar (sigo siempre pensando en la famosa secuencia del gato en "Léolo") y ejercitar al individuo como una persona que puede lograr felicidad sin hacer daño, ni a sí mismo ni a los demás. Lo de "empoderar", que me suena fatal (lo siento, leo o escucho esa palabra y pienso en un filete empanado...) es realmente educar. Educar para ser. Para vivir.

Los espacios seguros ahondan en el foso que separa los castillos, aumenta sus muros, eleva las almenas, oscurece las troneras y las torres. Genera la idea de que existe realmente una diferencia, alimentando los tópicos más y más. Sí, hay que reconocer las diferencias (entre sexos, la biología es así, como sabe bien Loreta y su ausencia de matriz... de lo que ni los romanos tienen culpa) y conociéndolas, aceptarlas y tratarlas correctamente. ¿Cómo? Día a día. Educando. Aprendiendo. Pero lo contrario es, para mí, matar la libertad a cambio de unas migajas falsas de seguridad. 

El miedo guía siempre los actos más viles. No es filosofía Star Wars, pero se le parece. El miedo al judío (¿Cuántos progromos y demás llevan desde hace cientos de años? Y la acusación más constante que se les hace es... que no se integran...) o al gitano, o al extranjero, o al de otro color, extendido ahora al miedo al otro sexo (todo hombre como potencial violador, abusón, corruptor de menores, violento maltratador, es una construcción de características que no difiere mucho de la del judío avaro, ladrón, comeniños, o del gitano ladrón, violento, malcarado, o el extranjero que abusa de nuestras bondades, o el negro concupiscente y lascivo, o el vietnamita que sólo vale para cavar zanjas en la Gran Guerra pero ni se acerque a las mujeres, o...)  provoca siempre lo mismo. Reacciones extremas y dolorosas. Está bien que las culpas se repartan, pero la responsabilidad de nuestras vidas, de nuestra felicidad, recae, más bien, en nosotros mismos. Y ser mujer implica muchas responsabilidades motivadas por la biología y la construcción social, igual que en los hombres. Pero en todo caso, todo, siempre, tiene un camino para aplacar esa falsa creencia de que todo es determinismo genético; educación. Que también es falso creer que todo es determinismo cultural, y para eso tenemos que conocernos como somos; biología.

El término medio, eso que Aristóteles (misógino, como griego de su época) definía como lo indefinible y casi relativo, pues el atleta profesional Milón come diez libras de pollo mientras que un principiante con media libra va que chuta... y ambos alcanzan esa virtud igualmente por medios diferentes. Conociendo, todo eso es posible... quiero creer.

En fin, regresemos a ese espacio inseguro que llamamos, acertadamente, vida. Y lo demás, como dice Harari, es pura invención...

Un saludo,

martes, 23 de enero de 2018

Pa'qué ser culto, oiga.

Me lo pregunto de pasada, por aquello de "hoy toca reflexión". Imagino que mola ser culto, que no culturista (qué cojones tendrá que ver formar músculos con la cabeza, digo) o cultista (eso sí mola más, invocar demonios, primigenios de Lovecraft y otras risotadas) por aquello de que apareces siempre llevando una solución que nadie más puede conocer porque no es tan culto como tú mismo. Un dicho en latín, una frase afortunada, algo. De pronto, como en toda peli, el gafapasta o plasta resuelve el misterio y demuestra que su palidez lectora recompensó un poco. Los cojones.

A mí los libros me han salvado la vida. Literal. En vez de echarme a picos o porros, devaneos y chorradas varias con alcohol y malas compañías, leí mucho. Mucha mierda, mucha lectura curiosa. Devoré la "Dragonlance" que me dejó mi amigo Igor. Metí horas en los librojuegos de "Elige tu propia aventura" porque siempre quería recorrer todos los caminos y acertar a la primera. Transité por los "Puck", "Los Cinco" o "Los Hollister" como todo hijo de vecino. Y me comí las broncas y lecturas recomendadas de mi hermano mayor, referente. "Un mundo feliz" o "El señor de las moscas" me siguen pareciendo terribles (muy buenos, sí, pero sudo al recordarlos) además de lecturas que tengo asociadas a un cabreo mortal por obligarme a leerlos. La cosa es que, junto a Lovecraft y Poe, que me inundaron de temática para jugar al rol, y el rol, y los juegos de mesa, y las figuritas de plástico y plomo que pintaba tan mal como sabía, las peleas con el "Ulises" de Joyce para ligar y mil cosas más, no tuve tiempo de hacer el macarra, jugar a ser macarra, un quinqui cualquiera. También influye que llevaba gafas y jugaba al baloncesto como el más bruto del mundo (rodilla por delante) así que no era material de macarra, de quinqui o de idiota a secas.

A lo tonto, me hice culto. Eso me dicen por ahí. Aunque no sé latín ni griego, reconozco palabras sueltas, y mi inglés es cada día más rusty Meyers (va, mal chiste) y del alemán no tuve cojones de aprender más. He leído de todo, los must y los venga, va. Recomendaciones y hallazgos, libros epifánicos y otros que eran más bien epígonos como yo. Me devoré autores por rachas (Muñoz Molina, Graham Greene, Eduardo Mendoza, Paul Auster, todo tíos, claro) y conjugué novela con ensayo. Llegué a practicar una dieta que hoy más o menos mantengo. Un ensayo, una ficción, sea la que sea. Antes de ser padre podía leer unos 70-90 libros al año de media, aunque aprovechar de cierto, menos. Después, unos 30 puedo mantener, quizá algo más. Depende. Tengo mi biblioteca en casa y en el Kindle. Qué contraste ver miles de libros en un cacharro negro y comparar con librerías Billy cargadas de papel e ilustraciones. Porque el tebeo me gusta, claro. Ah, y veía mucho cine, aunque ahora con el veneno de las series, muy poco.

Culto, digo. Los cojones. Me sale renegar. Creí aprender mucho y aprendí más bien poco. Que sí, que la novela es el sustituto del psicólogo, que leer ayuda a no caer en depresiones y enfermedades mentales gracias a que reconoces eso en otros que estás leyendo. Que que qué. Pero es un cachondeo. Lees y descubres primero que todo lo que imaginas alguien también lo imagina, no hay estanqueidad hoy día, las ideas fluyen como puñeteras aguas y viento, todo el mundo usa redes y llega a conexiones similares y, lo peor; tienen más arte a la hora de expresarse que tú mismo. Una frustración, de sentirse un fistro. De repente te dices, "joder, qué bien escribe fulanita o menganito, qué de puta madre ha encadenado frases, expresiones, palabras, imágenes y sensaciones. Putos cracks". Y tú, mindundi, penando por sacar algo medio indecente. ¿Y para esto te crees culto, cuando aún la gramática te patina y la sintaxis o la ortografía todavía te muerden la nuca?

Si es por pasta, los youtubers e influencers de los cojones sacan más, al parecer. Niñatos y niñatas que transitan por la inexactitud pero captando el momento, atrapando un zeitgeist de esos que a uno ya se le escapa por viejo esclerotizado. Prematuro. Y si un chaval hace algo que emociona, rápidamente cae en el voraz circo de los viejunos y los pares, que le atizan hasta la médula. Bueno, como siempre. Es un mundo descarnado, baby. Aquí no hay reglas, sólo carroñeros.

Yo creo que ya a nadie le importa nada "La Odisea" y menos "La Ilíada". Que Shakespeare quedó atrapado en las islas esas del brexit y aquí ni Calderón se la menea. Ni te digo Quevedo o Santa Teresa. "El Quijote" pocos o ninguno lo leen ya. "Harry Potter" se enseñorea (y lo repetiré siempre, joder; Ursula K. Leguin puso todos los cimientos con Ged para que Harry fuera... todo lo que es) y las sagas de adolescentes mejunjados de referencias que no conocen imperan. Leer por placer es un Ken Follet o similar. Tochos que hagan creer que no desperdicias tiempo en sexo y cotilleo si no que aprendes hasta Historia. Ser culto es una lacra. Crees abrir los dos ojos como lunas que pillan todo rayo de sol y, en realidad, sólo piensas en dormir y cerrarlos bien cerraditos. No sirve para nada. Pa'ná, señá Encarna, diría un castizo. Y bien dicho. Valle, Berlanga, volved, que tenéis material.

Que no me quejo, eh. Conste. Me molan los iletrados. Al haber tantos, uno quiere sentirse mejor porque se cree mejor y lo del ciego, el tuerto y todo eso. E inspiran algo de mesianismo didáctico. "Venga, que te enseño ya algo...", cosa que, en mi caso, es ridícula. Aprendo cuando escucho, callo y observo. A veces lanzo un anzuelo, porque si no, no muerden y sueltan lengua. Y disfruto tratando de descubrir qué lee la gente. Porque la gente lee. Historias en Twitter o cotilleos en Facebook. Pero lee. Joder, todo el mundo lee. Y wikipediando todo lo que no sabe, portal de inicio al que les lleva la curiosidad cómoda de googlear. Yo lo hago, copón. ¿Por qué eso va a ser menos que irse al índice de un buen libro, enciclopedia o diccionario?

En fin. Que me iba a quejar y me doy cuenta que no tengo motivos. Como siempre, claro. Más me duelen tonterías diarias, e incluso esas son eso, así, tonterías.

Va, leed lo que os pete. Pero si ejercéis el criterio, y eso se hace siendo culto, que no culterano o luterano, mejor. Sandoconsejo de hoy. Podéis ignorarlo. Y la graforrea de arriba.

Un saludo,

jueves, 11 de enero de 2018

Las reglas del juego.

Quizá venga al pelo la magnífica película de Jean Renoir, "La regla del juego", sobre lo que voy a reflexionar y opinar (y recalco, OPINAR) para ilustrar un curioso asunto.

Iniciemos. Todos aprendemos de niños que los juegos a que jugamos tienen reglas. Tratamos siempre de saltárnoslas y hay diversos métodos para encauzar al niño, ya sea dejando el juego, modificando ligeramente las reglas para adaptarlas al pequeño, dejarle ganar alguna primera vez, alternar diferentes juegos... la idea es que aprendan que hay un sistema normativo que envuelve su actividad concreta, la lúdica (realmente, toda actividad...) y su modo de relacionarse con los otros participantes de dicho juego. Bien. La tentación de hacer trampas (al inicio, burdamente, incluso soltando a veces un inocente "no mires" que preludia la trampa, pero más adelante exhibiendo ya artimañas elaboradas y sigilos propios de ninja) es constante, siempre. ¿Quién no ha deseado hacer trampas en los deberes, un examen o trabajo, en las entrevistas, en un trabajo para ascensos, y, siempre, en una relación? Ulises, el primer ejemplo de mentiroso, es hombre y usa el lenguaje como medio para sus fines. Mintiendo, claro.

Bien. Hemos llegado a un punto que es el de las relaciones entre hombres y mujeres. O entre mujeres y hombres. Permítanme acérrimas defensoras del lenguaje inclusivo que, siendo hombre, no por otra cosa, ponga "hombres y mujeres". Me conozco más a mí que al sexo femenino, y no por ser del sexo masculino, si no por ser yo mismo. En suma, dejaré de pedir disculpas por adelantado (una cuestión que puede explicarse por lo que más adelante narraré) y paso al punto ese de las relaciones.

Dos personas suelen relacionarse en base a un primer paso que es el del prejuicio. Observamos, escuchamos, y aplicamos una categoría que hemos aprendido (APRENDIDO) a lo largo de los años. Si eres niño, que las niñas son débiles, lloronas, imprevisibles, arteras, manipuladoras, más paradas y cobardes, histéricas, y tienen (si estás en esa edad de hormonas ya revueltas) una capacidad de complacer más amplia que la de uno mismo con sus mañas o manos. Prejuicio aplicado. Después está el segundo paso. Escuchas, ves, (entendiendo que te atrae la otra persona tanto por amistad como por interés sexual o por mil motivos diferentes) y puedes comprobar que ni es tan débil, ni tan llorona, ni tan imprevisible, ni tan artera o manipuladora ni tan cobarde (prudente puede ser por el prejuicio, basado en realidades, de que los hombres tendemos a la violencia) y ni mucho menos histérica. Y que si tiene, como tú mismo, las hormonas revueltas y os gustáis, puede que podáis aplicar la capacidad de complaceros mutuamente. O sin necesidad de hormonas, puede haber complacencia en mil cosas diferentes tan importantes o poco importantes como el sexo. Pero las señales siguen siendo necesarias. Así, al inicio, en esa edad temprana, no las reconocemos porque no las hemos vivido, partimos de la experiencia ajena, de la educación recibida, de las ideas y expectativas. Por ejemplo, somos incapaces de ver la pupila dilatada, la sonrisa, el gesto en el pelo o la postura corporal. Podemos intuir, pero no saber. Y errar. Y equivocarnos. Y en el error, aprender. Por entendernos, es como iniciar una partida de mus con las cartas sin saber qué representan, qué valor, cómo se juega cada ronda y qué significan esas señales con los ojos, la boca o la lengua que se hacen los contrarios...

Vayamos a la experiencia ajena y la educación recibida. Normalmente, nos educan generaciones previas a las nuestras, de entre 15 y 50 años, pongamos, de distancia. Eso significa que ellos no se han adaptado al nuevo tiempo con la misma celeridad y hacen de su hábito, y costumbre, ley. Hoy no me sorprende leer en páginas como Ascodevida, TL de Twitter, estados de FB, antiguamente cosas en Tuenti, y más y más redes sociales además de periódicos, foros y tal, diatribas contra la actuación de chicas y chicos. Siguen vigentes términos como "calientapollas" o "torpe", según se aplique a una (siempre con más virulencia...) u otro. Existe todo un catálogo de situaciones en las que los hombres suelen cagarla, como las mujeres. Y es curioso observar que, si es cierto la mitad de lo escrito (dudo de la veracidad de casi todo) las reglas del juego siguen siendo más o menos las mismas y más o menos cambiantes en las formas pero no en los contenidos. El aprendizaje sigue adelante, claro que sí. 

Si descontamos a los hombres que creen que pueden hacer a pesar de la resistencia o negación ajena lo que quieren (y ojo, sea con mujeres o con hombres, porque el caso  de esos hombres -y mujeres, que diría Loreta- es porque su educación les lleva a cosificar al resto, categorizar, quedarse en el primer paso sin más del prejuicio) y que, por tanto, necesitarían una reeducación (no hablo de campos en Siberia, Burgos o islas desiertas...) el resto somos (me incluyo) una nebulosa que tememos siempre lo mismo. Cagarla en el juego por desconocer todas las reglas y/o carecer de las destrezas suficientes para jugarlo.

Las reglas del juego de la seducción o la pareja no son claras. ¿Qué es pasar la línea? ¿Qué línea? ¿Quién la traza? ¿Sobre qué fundamentos la traza? Los movimientos pueden parecer agresión y las parálisis, indecisión igual de grave. ¿Quién inicia el cortejo? ¿Cómo es ese cortejo? En muchas culturas varía, tanto en lo geográfico como en el tiempo. Puede ser ella o puede ser él. Transgredir esa norma es siempre un acto rebelde que puede producir inesperadas consecuencias. En "El hombre tranquilo" (que siempre recordarán como película machista y bárbara donde John Wayne le pega azotes a Maureen O'Hara y luego la arrastra por un prado hasta devolvérsela a su hermano, arrojándola con desprecio, y que como película machista y bárbara debería desaparecer quemada en una hoguera según ciertos polos extremos...) el cortejo comienza cuando éste, el hombre, ofrece agua bendita de la pila a la mujer tras salir ésta de misa. ¿Eso es acoso? Previamente hemos visto los encuadres donde ambos se regalan miradas y gestos llenos de complicidad y tensión amorosa (no diré sexual, que luego me crujen) y por tanto, entendemos como espectadores que ambos se gustan, usando jerga que no pasa de moda.

Mil señales a las que estar atentos y que, sin embargo, pueden conducir a errores. La femme fatale de la novela negra es un ejemplo insuperable de prejuicio del que aprendieron muchos. Algunos volverán a acusar de misoginia a los Hammett o Chandler (qué viejuno soy, sí) por meter esos papeles no protagonistas de mujeres terribles que conducen a trampas mediante seducción a los hombres. Yo sigo penando por la dureza que supone para Bogart mandar a Mary Astor al cadalso, sabiéndose enamorado. O me da pena la torpeza infantil de Fred McMurray frente a una maquiavélica ama de casa como Barbara Stanwyck (qué viejuno soy, sí) y los miles de arquetipos similares donde el hombre duro queda convertido en arcilla en las manos de ellas. Es una forma de mostrar, desde el lado de la masculinidad, que los hombres también se equivocan y por muchos bofetones o golpes que den a las mujeres tratando de reafirmarse, son torpes, tontos, débiles y manipulables. 

Quizá la receta sea simple; confianza. Confiar en que la otra persona entienda qué sucede y que estáis en el mismo plano de existencia. Lógicamente, hay líneas que creo inamovibles. Si una mujer dice "No" con la mirada, con las manos, con la palabra, es no. Simplemente. No. El juego ahí no va de insistir. Va de reconocer. Hay noes firmes y claros. Y aunque pueden existir noes que invitan a reformular, será siempre dentro de las reglas de ese juego privado. En la seducción, inmersos ambos, hay un juego que sólo ellos dos conocen. Hablo de dos. Quizá pueda ampliarse, pero no sabría escribir sobre eso. Como digo, ellos dos conocen sus reglas. Propias y externas. Las propias son más ricas, pues se intercalan con las ajenas y están en constante construcción, modificación o derribo. Pero al inicio, sin confianza, aunque uno se lance de buena fe, puede errar. ¿Por qué? Porque no conoce las reglas, tiene únicamente las sociales, las de su entorno. Educación, educación y educación...

Ahora mismo hay una campaña nacida de las denuncias contra Harvey Wenstein (#Metoo) que ha subido y engordado hasta llegar a los Globos de Oro con Oprah Winfrey (un icono de tantas cosas en EEUU), aumentando con denuncias contra James Franco por parte de tres mujeres que le acusan de abusos o molestias o acoso (curiosamente, justo tras ganar un premio, aunque me han explicado que motivadas por la chapa que lucía James Franco en lo que es un alarde de cinismo...) y por el camino, llena de declaraciones torpes o balbucientes de personajes como Woody Allen o Quentin Tarantino, entre otros, además de un carromato lleno de palabras, buenas y malas intenciones, recordatorios (directores como Polanski) y casos nuevos o ampliados (Oliver Stone, Ben Affleck, Lars von Trier, Louis C. K., Steven Seagal, y muchos más) que a algunas (como el manifiesto firmado en Francia por Catherine Denueve y otras, tintado de antiamericanismo de manual) les parece una Caza de Brujas. Entendiendo aquel término como algo inserto en el Macartismo y no, por una vez, en el Imperio Español. Ya tenemos un clima.

Twitter y FB se han llenado de denuncias al hilo de esa campaña, y periódicos como El Diario publican una sección de "micromachismos" o prestan atención constante a casos concretos que las personas (mujeres, en su mayor parte) envían. Me parece bien que exista el clima. Me parece perfecto que las mujeres que se hayan sentido acosadas, que hayan sufrido abusos o que hayan sido víctimas de agresiones tan graves como una violación, lo denuncien. Me parece imprescindible que exista una punibilidad de dichas acciones acorde a las mismas, esto es, justas, y que reciban atención, ayuda y compensación por lo sufrido, máxime si estaban en situaciones de desequilibrio (profesional o económico) propicias al abuso de poder. Me parece necesario que exista una educación social donde hagamos del trato entre hombres y mujeres o mujeres y hombres algo igualitario, real. Que no se quede nadie en el puñetero primer paso del prejuicio, opinión y creencia sin más, cosificando, haciendo objeto al sujeto. Creo que es necesario impregnar la sociedad de esto, que no sé si es feminismo o simplemente búsqueda de la igualdad.

No voy a oponer ningún "Pero..." porque a lo dicho no hay peros que valgan. Sí me reafirmo en las preguntas previas. Podría escribirse un libro titulado "ligar en los tiempos del #Metoo sin perecer en el intento" o similar, que seguro quedaría obsoleto a los dos días, porque como he dicho, el juego del cortejo, de la seducción (no me gusta el uso el término "conquista", que implica muchos matices a los que deliberadamente renuncio...) y de la relación sensual y sexual es complejo y se formaliza mediante reglas subjetivas, muy personales. Y me asalta una nueva cuestión... ¿Es posible criticar algo sin caer, de pleno, en uno de los monolíticos bandos que siempre, en esta cada vez más sociedad binaria, se conforman? Porque antaño creía que los matices, las escalas de gris y los equívocos eran la esencia que entretejía el ser humano, pero parece últimamente que, como en las películas clásicas de Star Wars, todo se reduce a una lucha entre lado Luminoso y lado Oscuro. Y lo mismo que términos llenos de promisión como "libertad", "humanismo" o "democracia" han sido dados de sí, ensanchados por tantas y tantas cuestiones ajenas metidas a capón, me temo que esté pasando algo similar con otros que no mencionaré, porque dicen que un hombre hablando de esos temas está prohibidísimo y además de ilegal, engorda. Mi duda es, ¿puede todo movimiento no perderse en dicha dinámica, llegando a sitios que no eran el objetivo inicial?

En fin. Una reflexión y opinión que, como la de cualquier hombre o mujer, vale lo que vale. Mientras, me sigo quedando con las reglas de cualquier juego de rol, que tienen como primera y máxima principal la de "si alguna de las reglas de éste manual os impide la diversión, no la apliquéis, obviadla." Qué de sabiduría, y, cómo no, tiene que venir de lo más importante; un juego.

Un saludo,

miércoles, 3 de enero de 2018

Fobias.

Todos tenemos alguna, reconocida, oculta o latente. En mi caso, pasé años sin reconocer que me aborrecen los caballos. Lo siento por los equinos, no puedo estar a su lado tranquilo. Siento pánico, necesidad de irme y algún sudor. Puedo ver "Bojack Horseman" pero no estar al lado de uno montado o suelto. Me da menos miedo un toro, aunque le respete. No es racional, aunque alguien piense que tengo algún episodio de infancia reprimido o similar. No lo sé. Tengo una foto que demuestra que monté un poni, al menos una vez.

María Elvira Roca Barea ha escrito un libro titulado "Imperiofobia y la Leyenda Negra", un ensayo best-seller sobre las reacciones que provocaron imperios como Roma, Rusia o EEUU, centrándose más, al final, en España y su Leyenda Negra (que no requiere epíteto para situarla, por cierto) y tratando de entender ese odio a los imperios (lo califica de un tipo de racismo con soporte intelectual y además bien visto) y las consecuencias. Desde la primera página (prólogo de Arcadi Espada) uno ya sabe qué ideología tiene o parece tener la autora. Y no muestra miedo en decirlo, pues queda claro que la subjetividad afecta al estudio de la Historia. Porque, como disciplina sobre la humanidad, está contaminada de eso. Humanidad.

Yo he leído el ensayo seminal de Julián Juderías hace ya tiempo. Me gustó. Está escrito con un tono de risa vengativa hacia las potencias de Francia, Gran Bretaña o Alemania en el momento de la Gran Guerra. "Esos países que tan civilizadamente se han lanzado a la masacre y no como nosotros, neutrales..." algo así recuerdo que decía, destilando veneno contra ellos en la tinta. Un lenguaje de época, grandilocuente, mezclando hechos con pasión. La autora desde luego ha recobrado esa porción de estilo, me parece. Me gusta leer todo tipo de ensayo histórico y, si es posible, sobre temas controvertidos que me atraigan. La Leyenda Negra es uno de ellos, por cómo cae pesada encima de los españoles y el resto de países, sirviendo de coordenada para calibrar mediante prejuicios la actitud hacia el otro. Un ejemplo. En marzo de 2017, de viaje por el Muro de Adriano, coincidí con un tipo, Andy, representante en Europa de Konami, unos 50 años, con quien mantuve una conversación de casi dos horas de todo un poco y donde pude observar su percepción (británico culto, anglicano, padre de familia, viajante) sobre España. Me llamó la atención cómo, tras debatir sobre diversos temas (la Armada y la contraArmada, la Inquisición y las persecuciones religiosas, el exterminio deliberado o accidental de los indígenas americanos...) había mucha actualidad y presente en nuestras relaciones, lastradas por hechos que se ven diferentes según la construcción del relato hecho. Y la simpatía personal abrió el camino a la aceptación de la crítica ("Isabel I sobrevivió en el trono de milagro, María Estuardo recibió una propaganda feroz y falsa, igual que Felipe II") y el diálogo completo, constructivo. Pero son casos aislados. En Holanda y Bélgica he visto muestras de esa hispanofobia, producto de la propaganda que no cesa. En Londres, trabajando, también. Los sucios y vagos hispanos que no trabajan y hacen pillaje, degenerados. En Berlín, en Viena... incluso en las amistosas Lisboa o Roma. En Francia es muy claro el complejo. Viajar abre la mente porque ser visto desde fuera hace que te preguntes, a la manera de Camba, cuáles son las maneras de ser español.

En estos días inciertos de 2018 donde aún no sabemos si la virtual república catalana será real o quedará en el mercado de las bitcoins, sigo viendo las fobias que avivan muchos, de uno y otro lado. Y reconozco que hay fobias que son, puramente, prejuicio racista. Yo he expresado alguna vez mi fobia al sur de España, o más claramente, a lo que habita bajo la discontinua línea que zigzagea desde Oporto, León, Madrid, Zaragoza y Tarragona, y limita con ese sur imaginario. Es una fobia producto de muchos prejuicios y caracteres. También tengo fobia, adquirida, a Nápoles. Mucha. Pero son fobias transitorias. Si viajo a esos lugares del sur suelo encontrarme a gusto. Igual que a disgusto en algunos lugares al norte de dicha línea. Porque los lugares, los territorios, son pamplinas, estupideces, por más que impriman huella en sus habitantes. Son las personas que los habitan quienes me caen bien o mal. Igual que sus ideas las comparto o no, aunque luego sus actitudes y formas de actuar puedan ser discordantes o acordes a mi percepción de lo que me parece agradable o correcto. Las fobias son así. Irracionales. E irracionales son nuestros planteamientos, todos, puesto que parten del prejuicio, del desconocimiento, de la composición falsa. Pero cuando las fobias se atizan como hechos reales, propaganda (invento protestante, qué bien lo define Roca Barea...) buscando con ello un resultado que viaja al racismo y a la xenofobia violenta, buscando el aniquilamiento, sea físico o espiritual, del otro, pues... me jode. Porque se ha cruzado la única línea que considero inviolable. La de acabar con el otro por el mero hecho de ser eso, otro.

Ser español es un accidente, como lo es ser francés, alemán o etíope. De hecho, ser de Madrid o Carabanchel, de Lyon o el distrito 14 de París, de Berlín o de Brunswik, ser Afar o Mursi, son puñeteros accidentes. Ser un ser humano es un accidente cósmico, irracional, sin plan alguno en ello. Ser, a secas, es fortuna. Suerte. Ser y pensar. Ser y disfrutar conscientemente de ser. Ser negro es un hecho que se remonta a un par de millones de años, creo, mientras que ser blanco es algo accidental de los últimos 15000 años o así. Tener ojos claros u oscuros es riqueza genética, como pelo liso o rizado. Una vez asumido que somos accidentales, contingentes y no necesarios (como decían en el pueblo de "Amanece que no es poco") la vida se ve de otra manera, más tranquilamente. Los grandes monolitos que establecemos como hitos pierden su magnitud y hasta las estrellas nos parecen amigables. Por eso, las fobias, aunque normales, aunque impresas en nuestra genética, ceden ante la observación real, calmada, ajena.

Los caballos me parecen fascinantes. Pero no quiero tocarlos. Sé que su piel es atractiva y el pelo cepillado, precioso. Me parece una experiencia montarles y cabalgar. Si es la mitad de divertido que ir en bici, querría probarlo. Pero no por ello dejo de tenerles fobia. Porque, como he dicho, es irracional, incontrolable, aunque comprendiéndola, sé que lo llevo mejor, porque no dejo que me domine. Quizá, si todos jugáramos a ese juego, a comprender nuestras fobias, se atenuarían tanto que no nos daríamos cuenta de que las tenemos. No sé si em comprenen...

Una salutació,